domingo, 1 de septiembre de 2013

Sistole y Diastole

Yo digo que la muerte no tiene piel. Pero, ¿entonces como explicarte que el útero abyecto de mi vida converge en la raíz del hueco artesanal de mi viveza? ¿Para qué piel si es que la hay? Ese resquicio, esa grieta ruin que lleva consigo la fe de mi naturaleza. Ese deseo, ese secreto feroz que por similitudes y por ángulos poco dóciles y mundanos emigraron al huerto de mis esperanzas. Algunas veces rotos, como tu voluntad, algunas veces como tus destello y tu separo de mi pasión teñida por el mar, mar que se refleja en tus dientes y en la pierna izquierda. Accidente e inocencia. Y no puedes tener a alguien más de diez minutos sin sorprenderse, en el tren, en la acera, en todo tabaco. Tu aroma, tus manchas que marcaban una dirección, un sueño que funcionada, antes de que las cartas fueran memorias. Y las memorias en cartas, o los fuegos  en epístolas de penurias. Nuestro quehacer de jugar otra vez, con la suave melodía de nuestro corazón. Tan radical. Brazos de diez fulgores, felino con mapas en la espalda. Tienes la sospecha de un animal que salta, tienes el basta en refugio de miel, un armario sin puertas ni ramas, ni flores ni ventanas por donde dejar entrar mi recelo. Como te vas, vienes. Abriéndote paso a las estrellas de un rostro que no tarda en besar tus palmas que se hayan en tus ojos hinchados por la abrigadora verdad. Y sin auspició vamos coleccionando días muertos, más sin embargo sigues sembrando confianza. Mi muerte, es allá afuera. Mi muerte son los demás. Los veo sin piel, sin ropa. Con botones en las rodillas. Tienen una suspicaz sonrisa hasta los pies. Son hilos incandescentes que no me dejan en paz. Son hogares para los mendigos. Son utileria y arsenal viejo. Mi tristeza y mi requiebro me dan dos llamadas a la perdición que fluye cual tugurio de sueños fatales. Y yo, queriéndote cuidar me abres paso y me coges del brazo quitando el otoño cuando dan ganas de correr. Y cuando queremos amar, ahuyentas los días tristes de Marzo. Huye, como la noche que no me espera. Entierra ya, mis papeles de unión, porque mi futuro es una alquería sin dedos. Mi lazo te lo quedaste tú, y no hay giro, no hay. Te amo desde el primer día que me citaste con tus exteriores, y claro, el primer día que me discutí una botella de vino con tus interiores. Fuiste mi amenaza envuelta en rocío, tan lejana y fugaz. Pero siempre mía, sin reparo, llena de vigor ante la vida. Pisando la ciudad, horas y minutos antes o después que yo. Te encontré tan reticente. Fuimos dos peces con suerte. Dividimos nuestras vidas, en semanas para cada quien, en dos gardenias. Montamos una lista inmensa de sueños y volvimos una vez a las risas y miradas. "En la residencia de tus fantasmas se renta espejo enorme"Así andamos, como la vida, coma las citas y las letras. Me asomo a ti, amada mía, con todo sentimiento. Puedo decir que siempre te escribiré. Que me has superado, que siempre fuiste y seras mi liga al mundo. Serás mi guía de bienaventuranzas melifluas.Tú, con tu color abismal que me arrastro hasta acá sin decirme antes que algún día sería la razón de mi peregrinar, el porque de mi modelo y maquillable enfermo e ignoto desierto que hoy me empuja a vivir más para decir juntos que el sentido de nuestra vida juntos es autárquico y asequible.

domingo, 28 de julio de 2013

J A Z Z S I S T I C O (cuento)

Parecían meses, el tiempo que Elías Garner se encontraba moribundo en el cuarto de ensayos número cuatro. Era irresistible el vagar por ahí las últimas horas del día sin adquirir el deber de mirarlo, así, tirado a un lado de su piano invertido que sólo brillaba gracias a no más de tres rayas de sol. Acostado en su minúscula cama de maestro flojo en descanso. Todos comentaban su caso, se escuchaban chismes, se oían dimes y diretes. Existía ya, el cruel sentimiento en pasillos de la posible ayuda fraternal de entre compañeros. Enrique nos aconsejaba que le diéramos cabildo entre nosotros y lo apoyáramos a salir de su malestar Sabatino, el cual  lucía interminable y que sin rebates ni posesiones amistosas, cada uno tampoco queríamos que se volviese una costumbre del edificio y para con los artistas nuevos. Y eso jamás pasaría le decía a todos. Pero no tardaron las réplicas de los novatos jazzistas que se ocupaban de analizar de más el caso de Elías. Decían que el sujeto que había tomado el cuarto número cuatro debía de haber sido ya, apabullado por la burocracia del estado, que en todo caso, los dueños del edificio deberían de cateárlo, de enrollarlo por debajo de cualquier ley, de cualquier derecho humano. Ellos, los de jazz, los novatos. Yo los tiraba de mala piedra, los miraba como diciendo.. -Amigo, detente ahí, la vida se te va girar en este asunto, giros y giros te van a tumbar como a Elías pero antes de conceptualizar una idea, una frase determinante para ellos, sonó un molesto impacto de carrocería vieja. Un coche ha sido victima de los azares de la ciudad. A primera vista, parecen ser dos jóvenes, Rene me dijo. A segunda vista, eran más bien dos ancianos en un bello cadillac, pero no les ha pasado nada, se irán a casa a merendar. ¡Bah! ¿Qué digo? El semáforo está en el piso, roto, irreconocible. Y decenas de personas harán un embotellamiento por culpa de los viejos esos. Entonces cuando Rene y yo nos colocamos a sermonear a éstos seniles suena un golpeteo de dedos en mi puerta. Es Marta, que me pedía la visoria de los nuevos jóvenes en el plantel. Pero acá todo se mueve como los pies de la mujersita presente. De una manera corta, mal lucida y con sabor de medias gastadas. Y ella, sobre líneas y líneas entre sus dedos, sonríe. Claro está, que ésta es por mucho, la mejor sonrisa que al llegar a un edificio me ha dado la bienvenida en todos estos años. Pero después de México, cualquier sonrisa es más hábil para sellar una pequeña credencial de profesor. Marta está mal humorada, más no se le acaba el buen gesto de usar vestidos bellos y con botones y ser una antigua jazzista de mi generación. Yo sólo miro su rostro, sus cejas subiendo y bajando esperando respuesta, tratando de administrar bien su cargo de rectora. Pero más bien, lo que ella necesita es un aire nuevo por entre sus labios nacidos para un clarinete y sus mejillas de sinfonista. Necesita aliento. No un cigarrillo, no una boca ni dos, ni mucho menos un falo ascendente. Necesita el sabor fugaz de tonos urgentes al rededor del compás de un Sidney Bechet que no termina de extrañarle lo necesario como para salir del radio, del auto, del sofá de su misma oficina.Y yo le digo que aún no ha sido tiempo exacto para tener todos los perfiles nuevos. Ella sonríe y se despide de Rene al igual que de mí. Iré a un pinche congreso hasta Río de la Plata, nos dice. -Les encargo el changarro, los demás oficinistas y administrativos están de vacaciones desde hace unos minutos. nos dijo mientras tocaba su reloj de pulsera   -Sólo quedan tres horas para que los docentes salgan y así, será el fin de semana todo nuestro. Pensé. -¿Entonces? ahh y recuerden que si terminan antes del Lunes, ambos dos sus visorias, estarán de gira por el país con su banda de Jazz, pero sólo hoy muchachos virtuosos háganlo por mí. Marta era la nueva rectora, tenía pocos meses acá y sabía que si me ganaba su cariño tendría buenos favores en un futuro. -Sí Marta está bien, ve y haz lo tuyo. Le dije con una sonrisa. Rene no dijo nada, sólo asentía para todo.
Ésta iba a ser una noche colosal. Pero iba a valer la pena. Ahora son las cinco y media y el sol esta bajando. Sin embargo, tenemos vuelto para comprar la comida que queramos. Ganas para echar un rato de improvisación y las llaves de todos los salones o cuartos de ensayo. Todo para ir a casa y ver un buen partido de fútbol en canal abierto. Al pensarlo dos veces, Rene y yo nos dimos cuenta que todo ésto era una fantasía para cualquier citadino apasionado. Apasionado por la arquitectura del pueblo, apasionado por golletes de champaña, apasionado por la hazaña del deporte o en nuestro caso por la floja pero cósmica idea del Jazz. Eramos como dos adolescentes muertos de hambre con una muy grata solución. Eramos dos músicos con responsabilidades pedagógicas. Rene y yo reflexionamos una tercera vez y comenzamos a pensar sobre la gira entrante para Jazzsistico. Serían nueve ciudades en América. Rene con comida china por los dientes y palillos chinos que le astillan los dedos dio un manotazo a la mesa y me exclamo que todo ello le excitaba pero que lo que nos debería de preocupar en verdad era que el percusionista era un novato, joven, y que además jamás ha salido del país a tocar. -¡Calma! le dije a Rene, pensemos que en el cuarto número cuatro está nuestro pianista. Débil, triste, echado a llorar y sin compasión alguna, eso sí es de preocuparse. Mediaba el mes de Septiembre cuando por fin regresábamos de México, gira completa de seis días seguidos tocando para un tumulto de personas. Ahora es Octubre, ahora es Sábado y no queda más resguardo en la ciudad que las flores, los ataúdes y los sostenidos con fuerte viento. Somos así, hilos de retorcidas pasiones, pero Elías jamás lo entendió.
Ya van dos horas, comiendo, viendo fútbol y ahora es hora de improvisar. Iremos al salón quince, el último, en la azotea para fumar con gusto y permiso del cielo hermoso de esta villa. Ya hay luna y sólo se ven los altos edificios de comercio, los deportivos, las bibliotecas y los parques. Sin embargo la gente está intranquila, corre, frunje la mirada y hay mucho tránsito. -De seguro es por el percance de los ancianos. dijo Rene. Pareciera que cada persona tiene una nota diferente, una carta, una letra o un número. Parecía que en conjunto transformaban figuras difícil de reconocer. Rene mira el cielo, él, prefiere encontrarle forma a las estrellas. Parece extraño pero no se nos ha ocurrido nada, una trompeta y una guitarra deberían de poder. De poder más que el jodido ruido de los autos. Pero en paz, decidimos ir al salón Diez, el que da del otro lado de la cera. Y ahí, vemos que el cadillac no ha sido movido de la calle y que la gente no ha llegado a casa. Hay ambulancias, patrullas y gente al borde de la pelea con los oficiales. Se escucha el bullo, el jodido y constante pulular de las bocinas y claxons. Fue una muy mala idea venir a éste salón. Eché un vistazo a mi reloj de pulsera y ya eran casi las nueve. Era momento de largarse de acá, de agarrar ruta para llegar a casa y terminar con la estúpida visoria. Te veo en el cuatro me dijo Rene y fue por sus cosas. Yo baje hasta mi lugar. Tome mi saco y maletín, mis tabacos y el libreto de Vittorio de Sica. Abro la puerta y me encamino al salón cuatro donde Elias. Tomo el ascensor y casi al salir del elevador reacciono: -¡Pero qué caray! se me olvida Elías. Cierro las puertas y subo otra vez, se me ha olvidado El Perseguidor mi nuevo regalo para Elías. Para que calme ansias y batallas consigo mismo leyendo. En el baño, en el colectivo o hasta en el estadio. Como yo lo hago. Por fin, en mis manos Cortázar busco el cuarto número cuatro. Pero mi puerta se ha atascado. No sé cómo. Pero decido reírme y gritar -¡Rene abre amigo, tengo que cenar con Fabiola! nadie respondía. -¡Rene carajo se me hace tarde, no es gracioso! una vez más silencio. Voy hasta la ventana para echar un vistazo. El reloj del anuncio NIVADA marca las nueve y media. No doy credito a lo que veo, se me ha hecho tarde. -¡Pero claro! tomaré el teléfono y llamaré al cuarto número cuarto donde Elías y Rene y les diré que me ayuden a abrir la puerta desde afuera. -¡Sabía que todo ésto iba a ser así de fácil y que no debía de angustiarme! me digo a mí mismo. Volteo para ir a mi escritorio y un roedor de tamaños bíblicos se me aparece en escena, y se posa arriba del teléfono. Muerde ahí y acá. Y con ésto que me dan asco los animales pequeños me decido a quitarme un zapato y golpearla. ¡Bam! la aviento y fallo pero la asusto, tanto que se va por la ventana, a no sé dónde.. Tomo mi zapato y prosigo mi plan de salvación. Recojo el telefono y para sorpresa mía, no hay número cuatro ni número cinco. Pero ¿cómo mierda iba a marcar 505-4? Sólo un cero, sólo un cero equivocado y huérfano. - ¡Me conjuro un kilo de mierda porteña, mi América desgraciada! grito por todo el cuarto. Echo un vistazo por la ventana y NIVADA me dice: Ya te jodiste. Son las diez con diez. Hay luna de Octubre y un vulgo mal humorado, bajando de sus autos y peleando con la policía. Yo, en mi caso me cago en los porteños, ratas, roedores. Asunción se viste de triunfo hoy por la tarde y yo aquí, sin visorias completas, sin jazz, sin ganas, sin dos putos números en el aparato más vil del edificio. México extraño México. Pero desvarió, y mejor me busco una nueva idea. Veo por la ventana sólo hago eso. -¿Y sí?, no, es una locura son cuatro pisos, me digo. Doy vueltas pensando en ello ¿y en qué pienso? en caminar por sobre la orilla de la ventana hasta el siguiente cuarto y meterme por ahí. Con cuidadito, con suavidad y mucha alerta. Y sí, lo haré. Me escurriré, saldré y me iré al cuatro. Me agarro bien del metal, edificio y de mis cosas. Me pongo mi saco. Abrazo libro, maletín, tabacos y libreto. Lento, muy lento y de pronto una bocanada de viento me vuela el cabello. -¡La puta! grito, porque me asusté, cualquiera se asusta cuando hace este tipo de pendejadas, me digo. Ya casi, ya casi. Sólo dos pasos más y estaré a salvo. Pero la comunidad grita y grita cuales animales y mi mirada se postra abajo. El tránsito no se mueve. Juro que vi ese mismo Chevrolet verde hace más de una hora. -¡Eh, vuelve! Y vuelvo a mi espectacular huida al siguiente cuarto pero escucho de lejos a Frédéric Chopin. Y es una temible organización lesbica de la ciudad con pancartas y demás. Vienen hacía el incidente ¿pero qué mierda pasa con esta ciudad? doy dos pasos, abro la ventana y estoy a salvo otra vez sólo falta entrar a este hermoso cuarto y cuando salto.. el perseguidor cae cinco pisos abajo y una mujer se percata de ello y grita no sé qué. Maldita suerte, puta noche, puta ciudad. Sí, ahora puedo decir que voy al cuarto cuatro. Corro al ascensor. Pero está muerto, por la hora, por la suerte (supongo). Sólo son algunos pisos, y cada piso será rápido. Y así es, cada uno es sombrío, cada uno tiene lo suyo, menos gente. Y en el último escalón de mi excursión, de mi salida veo un papel amarillo adherido a la pared.. Que tiene escrito: "Mejicanito huevón, tuvimos que huir de este lugar Elías está mejor e iremos a buscar unas cervezas puesto que el colectivo no sirve ya. Dormiremos en un hotel. Contrataremos rameras y un poco de polvo. Lleva tu trompeta hasta Humaita #230, cuidado con las mujeres y con los cadillac, las llaves del edificio están en mi cajón. Firma Rene".
Enorme, colosal, bíblico es el tamaño de este asunto. Y como en automático mis pasos son ahora, hacía el cajón de Rene. El cual está abierto y dispuesto a darme las llaves de mi libertad. Ya sentía en mis labios la espuma, los pezones de esa, esta y aquella mujer. El grito de gol en mi garganta. Una, dos, diez, muchas llaves de todo un edificio. -¡Soy el rey! grito con todas mis fuerzas, cuándo de pronto un pajarraco salé del reloj que se coloca en la puerta del lugar. Diez en punto. El partido ya ha empezado, y lleva unos quince minutos echaré un vistazo en la televisión de Elías. Y al entrar al salón me percato de un desastre.. papeles y papeles, partituras rotas, flores marchitas y una que otra cosa estrellada. Pero la televisión está intacta y su cama también. Prendo la televisión, canal doce. Me cojo las uñas de nervios y agarro mi trompeta, maletín y libreto con ardor. El marcador nos dice: Uno a Cero. Mi equipo está sepultado. Mis apuestas y capital también. Adiós dinero. Una jugada, dos, tres. Un pase, otro. Peligro, peligro. Mi corazón anda loco. Y cuándo me doy cuenta la mitad del partido ya va terminar. Y hay un "corner". Pero mi fortuna en Asunción es la más cruel y misera que jamás haya tenido un mexicano. Jamás en Montevideo, jamás en Buenos Aires, ni en Lima. Pero acá soy un hilo de pasiones. Y tocan el timbre del edificio. Es una mujerzuela. Baja, blanca y pelirroja. De quizá unos veinte años. -Por favor abra, necesito ayuda mi novia ha sido golpeada por los policías. dijo ella y sin pensarlo la hice pasar. Fue cuándo entendí que las cosas estaban mal, que quizá corrían peligro ambas mujeres y las demás afuera. Cuando la mujer entró, su novia estaba inconsciente, era alta y no llevaba nada puesto, tan sólo bragas con la bandera de Paraguay. Todo lo demás estaba pintado de color azul y en su espalda tenía tatuado diretes en inglés. Que después supe, eran algo como: Libertad Sexual Ante Cualquier Forma de Sistema. Me acompañaron a la enfermería, abrí con mis llaves de príncipe y dispuse todo para ellas. Después el baño. Y cuando la mujer golpeada volvió en sí. El partido comenzaba otra vez. Tomé asiento. Y les pregunté qué debíamos hacer si volver a la calle o quedarnos acá, puesto que ellas sabían la gravedad del asunto. Todo indicaba que podría estallar una guerra civil allá afuera, exageradamente interpreté ello y después pensé en Elías y en Rene ellos andaban por allí, ebrios y con cocaína de por medio. Entonces mejor las hice acompañarme en mi velada. El partido ya iba uno a uno. Ellas me dijeron que odiaban el Fútbol. Yo, claro está no hice caso. Esa discusión sólo podría enrracharse entre Fabiola y yo. Como cuándo hablábamos de Borges, de mi padre, de los gatos o de su color de tinte. Fabiola, la recordaba, imaginaba cuando íbamos al cine, al teatro, al museo. Como sus padres me hacía temerles, como su hermana era muy al revés de ella. Mi amor eterno, mi flor postrada en el balcón, esperándome como siempre. Yo sólo quería ir y llorarle, abrazarla y turnar los perfiles, las esquinas voltear los lugares y comer de su ombligo.
Ambas mujeres comenzaron a fumar de una pipa. Hacía años que no quemaba mejillas verdes. Hacía años que no alucinaba con mi alter ego. Fumamos, reímos, platicamos y hasta gritamos por el partido. Eran una pareja muy hermosa, eran bellas juntas. Ya al acabar la transmisión me hicieron tocar piano. -No, no es mío es de un amigo, les comenté. Yo puedo tocar trompeta sin compromisos. Pero ellas pedían un poco de Chopin. Y eso me hizo llevar a mi cabeza varias preguntas.. ¿Ustedes traían consigo a Chopin en su caminata cierto? Bueno, con otras palabras supe que eran ellas las que me alborotaron los sentidos allá arriba. También pregunte que como había sido el suceso, el golpeteo. Ellas no querían decir nada, incluso la mujer con moretones en cara se echo a llorar. Para calmar a la bella y alta mujerzuela les conté sobre mi aventura en el cielo dónde las escuché sobre ello, sobre el perseguidor, sobre Fabiola y Jazzsistico.
Gabriela y Claudia, así se llamaban. Me dijeron sus nombres entrada la noche y eso me hizo sentirme más cómodo y yo les dije: Hugo mucho gusto. También a ellas, quienes me comentaron lo siguiente: Estábamos con un grupo de mujeres que estudiamos en la universidad de escultura y grabado aquí en Asunción. Cuando pasamos a unas cinco cuadras de aquí y una compañera se hizo de palabras con un militar quien la golpeó. Los electricistas y los camioneros que estaban también en manifestación nos apoyaron pero de entre la multitud se escucho un disparo. Mataron a un civil, Hugo. Lo mato a sangre fría uno de esos policías. Y su amigo salió corriendo con su cuerpo, fue horrible. Ella, Gaby fue en contra del policía y éste la golpeo. Cerré mis ojos para imaginarlo pero fue tanta la noticia que escuché hasta quedar dormido en las piernas de ellas como un recién nacido en la cama de Elías.
Abrí los ojos. ¿Gaby? ¿Claudia? No había nadie al rededor, todo estaba callado, en tinieblas, ya no se escuchaba nada allá afuera. Aún estoy drogado. Me golpe la cara yo mismo, y me levanté. No se veía nada, absolutamente nada. Era todo sombrío y lóbrego. -¡La chingada! grité como un marica, me he clavado un cuchillo en el pie. ¿Pero que mierda hace un cuchillo acá? Con cuidadito, lento, despacio como allá arriba voy a la puerta. Y en el pasillo no hay nadie, no hay ni respiración. ¿Gaby? ¿Claudia? pero nadie responde. Me cojo el bolsillo y no doy con las llaves. Estoy harto. Estoy fastidiado, tengo calor y la hora es más incierta que el día de mañana. Vuelvo al salón cuatro y me echo a la cama, cierro bien el salón y me digo, con cuidadito, lento y despacio. -¡No me chingues dios! Otro jodido cuchillo en mi pie, mucha sangre. Caigo a la cama donde me desmayo, donde cierro los ojos un par de horas más. Y todo y todos en silencio.

-¿Hugo? ¡Hugo!
Despierta, Elías fue asesinado cabrón.
Putas manifestaciones. Puto cadillac.
Y no he hecho nada de visorias. Estoy drogado
y tengo miedo, allá afuera es una mierda.

Yo despierto y sabiendo todo me resignó a este cuarto
a sus interiores, a su tristeza acumulada por Elías y
digo:
-No saldré, déjame en paz.
Adiós gira, adiós mundo de mierda.
Putos paraguayos, putas y putos músicos.
Visorias, drogas. Fútbol a medías. Y piernas.
Ahora sé lo que siente Fabiola.
Puta noche, puta ciudad.

Elías perdió a su perro, estaba muy triste y los jovenes jazzistas nos lo hicieron ver aquélla tarde, nos hicieron sentirlo como un monstruo enjaulado y moribundo . Elías para su tormento también esa noche fue un civil baleado. Rene fue quizá el mejor amigo. Gaby y Claudia huyeron con mi trompeta. Pero al saber eso sonreí. Con ella no podrán tocar a Chopin. Para la semana siguiente había visorias pero no había más Jazzsistico, ni improvisaciones.

Rene me miró descontento. A los ojos, directo a la pupila, con sus gestos moribundos pero menores a los míos o a los de Elías. Y ahí, colocado me dijo:
-Mañana me debe tocar a mí estar en el cuarto número cuatro.

martes, 16 de abril de 2013

Drástico Inicio de La Soledad y Sus Maletas

Bueno fuera que nuestros sustos se ahogaran.
Que nuestro sastre nos cociera los labios
y entonces, al arrepentirse, uno dejara de estimular
el inequívoco retorno y la sigilosa llegada
de alguien más.

Pero no estamos en las condiciones exactas, quizá,
estamos en el lugar incorrecto, más sin embargo, nos
movemos por momentos precisos. Y no.
No se me facilita hacer amor, sin recompensa.
Sin muerte ni mareos.

Despiertas y comes de la mano que no está.
Es tu madre o una camarera. Pero ella jamás.
Porque al estar acompañado
es cuando mejor entiendes
lo que es estar solo.

El tiempo, me puso a la puerta.
Para encontrarte de pronto, con las manos cerradas.
Clausurando tus piernas, poniendo maletas afuera.
Que, seguir así no vale la pena.
Escupes.

Bueno fuera, que la gente tolerara las heridas
del hilo que llevamos en el cabello y en los dedos.
Que nadie más supiera decir la palabra "ceder"
y por tanto, claudicar de más, no fuera una opción.
Necesitemos un destino lejos de lo fijo y más cerca
de lo meloso. De lo dócil.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Piquetitos Color Rosa


Eres la tempestad coagulada en el simbolismo perfecto
de un beat enterrado, en la atmósfera atormentada,
por el humo de un tabaco que se tarda en quemar.

Se somete, a mi verdad. Se tranquiliza con mi liviandad.
Jugamos a llorar. Aunque la risa nos gana.
Sus ojos de gato, su parecido a la perfección.
El fanatismo a encontrarme hundido pero feliz.

Rastro de soledad, pedazo de frío en un altar
que se adhiere al espejo de mis mejillas
que encierran un girasol, dorado y verde
que por detrás, es una decisión cometida
sin dedos ni pestañas.

Tu cabello se concentra en las palabras
de mil fuegos, los diablos lamen tu cuerpo.
Y yo, desde acá, fugaz y asesino
los clavo con una mortandad
de dulces piquetitos color rosa.

Los rocío con agua del recuerdo, los pinto,
los dejo ciegos, los amarro con mis labios
con mi aroma de tormenta perdida,
espiral felino, me vigila el grosor de una herida,
me perfumean los tintes incesantes.

No entiendo, tu rota, boca rota. Tus nogas, niegan
mi rota. La ruta de la ternura, las lágrimas que salen
para remar, marear y alcanzarte.
Pasean por tlatelolco y somos gotas.
Gotas de gatos. Gastos por los gestos que se agotan.
La ciudad, se presta a nuestros encantos.

Eres la luz ciega, difuminada con las ganas
de alguien más. Pero yo andando entre
arboledas. Sólo a mi, rojo como azul.
Tú, madera, como el orificio de tu cabeza, donde
entra todo menos yo. Y si nos sumamos no somos dos.
Una almohada para ambos. Un beso para tiyparami.

Déjame llegar hasta tu puerta y abre. Amor mío.