viernes, 28 de diciembre de 2012

Entré Arboledas

¡Pronto! que la tiza se escurre.
El hilo de nube. El rabo de estrato.
La corona en el cielo.
Se esfuma, subiendo y bajando,
como una cita de Borges.

Estás ahí, entre gatos y flores.
Sobre deseos incesantes. 

Te envuelves en el café.
Te desplomas con el humo y el fuego, 
pero ciertamente solamente necesitamos el linaje.

Mujer, mi mujer.
Tan morena y tan radiante.
Cabello suelto, cómo si yo soltase
las mejores risas del orbe. 

En un columpio.
Vas y vienes, y en el cielo te pendes,
casi tocas la ventana del séptimo piso.
Deberías de verte.
Siendo tan enamorada, siendo tan verdad.

A veces sabes, y entonces dices.
Directa y sin espinas.
Tan eterna, tan grande como tus suspiros.
Sensible, fuerte e ininterrumpida.

Ando buscando tu inicio.
Tratando. Dando.
Siendo continuo.
A tus sonrisas y a tus muslos
tan vertiginosos como las estrellas
a punto de desaparecer.

Haces con las sombras un 
sudoku. Casilla por casilla.
Derrotas los malos tiempos                                                   
y sus rachas pérfidas. 
Pero mejor nos damos a la tarea de amar
y nos estrenamos nuevos besos cada día.

Me siento tan cercano a tus pequeños dedos.
Mientras que me cuentas los pasos.
Con solo tocar el pavimento 
siento que tus ratos, me muestran un final feliz.
Un final, que aún no comienza pero tampoco termina. 

Tal vez tú infancia, tal vez será que cada objeto,
cada vestigio o lunar me desprenden de este
vaivén que no me dejaba ser completamente 
quien realmente soy.

Cuando tu voz, se enternece y comienza a 
jugar con el tiempo. Siento que te acompaño.
Siento que ando ahí, sobre ti, cayendo como polvo.
Y es qué tus recuerdos, no se me van.
Es algo que quizá siempre quise escuchar. 
Así, sobre chubascos, tiendas y pasos
jamás me podré despojar de tu tierno amanecer 
y esos atiborrados atardeceres que nunca me dejan.

Naturalmente. Ahora, no puedo imaginarte.
Sin mis manos, en las tuyas.
Con tus ojos postrados en alguien más.
¿Cómo podría mejor morir?
Hay tantas posibilidades.
Probables, como tu espacio colosal.
Como tu tabú roto en madera. Así cuando te abres.
Recorriendo con el balón el campo. 
Que simplemente, son acicates que peligran mi vida.
Porque tú eres mi vida. Y nadie más.

A la puerta toca la confianza. 
La campana, ya es de la gente que ríe.
Y las fuentes de la alameda ahora les sobran agua.
Agua que recorriendo mi vida solitaria entré arboledas,
son acá, cada malestar que a tus hombros, tiempo atrás
pasaron por días pesados, sin contraste, incompletos y esperando 
nada más, siendo y dando entonces una solución como el solo mirarnos.
Mirarnos entre la luna, yo en mi tren, tú en el bus.

Con el corazón en la oreja. 
Con tus ojos corridos de caricias. 
Llena de soles. Mojada y cubierta por mis labios.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Fragmento de Ácido


Marchita, es la llave ¿y con qué más?
Si es ese el consuelo que mis caderas necesitan.
Té, también. En la mesa del restorán.
La figura de un cerro en tus axilas. Sexo, en la boca de tu espalda.
Ácido, como el río de la soledad. Dolores, como muchas mujeres.

Me asomaré otra vez, a la piel de esas personas.
Claros como el sillón. Tenue como el dinero.
Morado como las balas de tu colchón.
Los miraré. Celosamente. Aunque nos tengamos a los dos.
Un amor de antes y después.
Pero fuera de la herida y de la proximidad, me gustas tanto.
Te lloro en lo justo. Me llenas en lo mejor.

Las relaciones son como la ropa.
Cada vez que tienes una prenda nueva, te acomodas a ella.
Piensas que es la mejor que puedas usar.
Aunque siendo honesto tienes muchas más.
Está a la medida, dices.
Manchada por el tiempo. Se vuelve extraña, aburrida.
Llevas manchas de soledad y en sus bolsas chicles y recibos.
Pero che, recuerda que tú te acomodaste a ella. No ella a ti.

Tú, te acomodasté a mi. Yo me acomodé a los dos.
Me acosa el pensar que escribiste algo nuevo.
Me mata saber que es verdad.
Que tal vez, no esté entre tus letras.
Que quizá, está alguien más.
No puedo leer.
Debo tomar mis cojones y afrontarme a tus dedos.
Puede ser que seas tan brillante que me quedé ciego.
Podría pasarme, que huyo de ti. Sabiendo que eres mía.
Porque si eres mía, no eres mía solamente.
También sos de mis celos, de mis pasiones, de mis enojos.
Sin olvidarnos de mi asombro, felicidad y quebranto.
Sea como sea, la pena. Me acongoja. Me vuelvo un grito.

¿Seré la repetición de la reproducción inverve de un recuerdo?
Oigamos las mismas personas que mofan a la ventana.
Giremos en la cama desnudos y sin nadie más.
Riamos de nuestras imperfecciones tan perfectas en las flores
de nuestra habitación.
Si no tengo pianos, es porque no tenía una mujer
fatal. En casa o en la bañera.
Pero soy inusual. Ya que la fatiga y la lasitud
tomarón mis palpitaciones y con el desamor hicieron estribillo.
Si no tengo pintura, es porque a mi me pintan sus amarguras, sus risas.
Ella dibuja la tarde, prendé los cigarrillos. Mirá en mi el color.
Ningún coro me canta. Ningún libro me lee.
Estoy cansado de todas y todos.
Menos de ti.

Disfrazado anduve, entre personas sin morraya, cucos con vestidos.
Besos pavimentados con moribundas revanchas.

¡Joder! Yo solamente ando buscándole cicatrices a mi rostro.
Comprándole órganos a la vida.

Fumando un habano, que jamás termina.
Escupo a la banqueta, donde el viento se sienta.

Yace tu ombligo en los arbustos, y mi lengua se congela en verano.
Pero doy vueltas en tu aura.

Tengo miedo, que me guste el mismo hombre, que nos acostemos con la misma mujer.
Ni merezco un par; de besos, de zapatos con agujeros, mucho menos de bocas y dientes.
Rezándole al sur, que jamás estemos tristes al no tener almohadas.
Desplumarnos por la poca ropa.

Como quitarle los pelos a un gato. Parecido a robarle un juguete al pibe.
Como calentar la banca en temporada de invierno.

Él perdió una botella que resbalo, un pájaro que asomaba la cabeza
cuando gemía la cama.
Hacía un meneo locuaz como los gusanos, como el tren.
Se extravió en días sin llave, en noches de bar.

En el apagón de la dulzura. En la nube negra.
En el sostén menos indicado.

Ahora tengo las palmas. Hoy por hoy me conforman tus besos.
Tengo un racimo de ojos, que miran los pasos de tu cuerpo.
Ahora tengo mucho que contar.
Pero lo más bonito es sobre ti.
La vida no fue hermosa. Hermosa fuiste y eres tú.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Rojo

Un buen día la mentira se fugo con la tristeza,  la tristeza no sabía de futuros inmediatos e infortunios colectivos, por el simple hecho de que no tenía ojos ni boca, tampoco sabía que lo seguían a paso firme, por la misma sendera, a la misma hora y a un ritmo muy parecido. Entonces, decidió optar por la frecuencia y por un rato rojo.

Jamás se había visto en un espejo. Pero sin saberlo, algún día se encontraría en el mejor diccionario Español-Español. En la mejor mezcla de saliva. En el tono perfecto para una mujer.

Cuando a los besos del tiempo, una grave y eterna enfermedad les cogió, las uñas de la certidumbre hicieron un movimiento veloz. Un hombro con pasajeros entre pasos divinos que no llevaban a otro lugar más que a rutas maleables con puentes altos y pilares rojos, cayo indefenso, a mano roja por el régimen de la vergüenza.

Entonces comenzaba a brotar el color en el suelo, desde los pies hasta que llegará a la cabeza.
Sin condiciones, en el subterráneo o en el cielo, los pezones de las nubes eran los girasoles en mi cabeza. Los hombres, los goles, el miedo y el golpe del oro y la rabia. Las mujeres, majas bien vestidas, que besaban por arrumacos moderados.

Invertí toda la vida en ofertas y promociones que me llevaban al mismo sitio, sitiado en la nuca de un desconocido o en la palma de una hetaira inapetente.

Todos los caminos llevan al mismo lugar. Hay cuatro puntos, que se alzan en el cielo. Hay miles de insectos que transportan a la gente por caudales que tiñen los secretos más guardados de la gente.

Pero yo no llevo mi tintero, porque no tiene tinta, y si no tengo tinta es porque deje en un callejón o en una pagina mis monedas y mi sangre. Por eso es que la sangre de los demás está adentro y no afuera. Tal vez esa sea la razón por la cual no me gusta recibir. Entonces asimismo es por eso que no dono ni vendo mi esperma.

Jamás deje que mi destino anduviera solo, por las calles. Robando farmacias, desmembrando a las palomas, violando a las colegialas. Mejor, lo tome del culo, porque era un perro con bigotes de gato, ojos de serpiente y cuerpo de león. Lo llevé a casa. Donde le leía siempre los mismos actos de Denis Diderot, servía café y té, según el animo del traspunte. Creyendo así que la taza de mi acompañante diría algo mejor o simplemente jamás acabaríamos con este bobo juego, entre antropomorfos y reales. Perdía siempre. Pero en fin.

Ahí y haya. Llevaba poemas en la mochila, tallados de virtudes, letras que eran de ella, para ella, y yo sin nada para en si. Sabía que llevaba besos en el monedero. Podía oler su felicidad, podía mirar su necesidad y su conocimiento. Podía pretender que todos los ojos se postraban en sus manos, pequeñas, como la visión que tengo de los demás cuando la toco. Admiren sé en su devaneo y en sus aflicciones.
Cójanse de la mano, tomen el vino que sea. Está mujer, esté tabú. Este mar. El fuego y sus fuegos.
Nuestras invenciones. Buenavista, los libros, las prisas. Son mías y nada más.

Momentos atrás, mi color favorito, tomaba su cabeza y la llevaba al tiempo sin mi tiempo, nos dejaba descansar sin reposar de nada en verdad.
Su piel morena como la madera, como todo.
Su cuerpo pequeño.
Sus letanías, sus rollos.
Sus amores y desamores.
Sus propósitos.
Sin, sin. Con, con.

Perdón, siempre comencé hablando de mi.
Ahora que hay espacio para más de un corazón.
He decidido pintarme de Rojo.
Por el simple recuerdo puro y limpio del quizá.